Por Víctor Barrera


Cuando se administra un país bajo una ideología que es totalmente anacrónica al momento mundial, es casi imposible que se obtengan crecimientos económicos para mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
Esta situación, lamentablemente es la que vive México, con una administración federal basada en una ideología donde la pobreza se combate repartiendo recursos públicos, pero poco se invierte para generar riqueza.
Desde la administración anterior, donde se autonombro como la 4T, se ha privilegiado una política económica populista y asistencialista que poco beneficia a la población de escasos recursos y que evita que se desarrollen los sectores productivos lo suficiente como para generar empleos y salarios dignos.
Esta forma de administrar, que el oriundo de Macuspana calificó como “humanismo mexicano”, no es más que una estrategia política donde es mejor mantener a la gente en niveles de pobreza para otorgar “migajas” a través de programas sociales, para que la gente se sienta comprometida con el gobierno y no se oponga a sus decisiones.
Ahora Claudia Sheinbaum, ha seguido con esta forma de administrar y por ello ha mencionado que su gobierno se basa en los tres pilares que sustentan ese “humanismo mexicano”, como son los programas sociales, un mejoramiento del salario mínimo y el Plan México.
Sin embargo, Claudia Sheinbaum y a los legisladores de Morena y aliados, se les olvida que para poder repartir recursos es necesario crear riqueza y esta solo se origina con la aplicación de inversiones importantes del sector público complementados con recursos de la iniciativa privada.
Esto, está contemplado en el Plan México, pero al no establecer estrategias específicas ni objetivos de cumplimiento, este Plan termina siendo un listado de buenos deseos.
Desde un inicio, los gremios del sector privado y los grandes empresarios recibieron con beneplácito al Plan, ofreciendo su apoyo a la presidenta. Ella sostiene reuniones periódicas con el sector privado que presume son de “revisión y seguimiento”.
En cada una de esas reuniones en Palacio Nacional, se habla de promesas de inversión de parte del gobierno para establecer la infraestructura necesaria y detonar el desarrollo de zonas económicas fuertes en el país y la iniciativa privada de aplicar recursos para acelerar la construcción de la infraestructura. Sin embargo, solo quedan en palabras y el Plan México avanza lentamente.
Esto provoca que los resultados de crecimientos del sector privado sean negativos, llevan al menos 8 meses consecutivos con esos resultados, lo que deriva en que existe pesimismo para invertir de parte de la iniciativa privada, mientras no existan las condiciones adecuadas de seguridad pública y una garantía total del respeto al Estado de derecho.
Pero el gobierno no hace lo posible para cambiar esta situación y la desconfianza se mantiene. Es decir, ambas partes saben la necesidad de inversión, pero ninguna se atreve a hacerlo en espera de que una parte lo haga.
Esto también se refleja a nivel internacional, cuando las empresas extranjeras quieren aprovechar la oportunidad que ofrece México de cercanía con la economía número uno a nivel mundial y el mercado potencial que representa. Pero ante la incertidumbre creada en México, prefieren esperar a que las cosas cambien.
Esto nos lleva a concluir, que la inversión en México será difícil de establecerse, si se mantiene la situación actual y si a esto sumamos que se habla de que gente importante de la clase política está altamente comprometida con el crimen organizado, las inversiones en México tardaran en llegar.