Pasado el factor sorpresa de la hasta hace dos semanas inimaginable invasión del territorio de Rusia y con la llegada de refuerzos rusos desde otros frentes en Ucrania, la operación de las tropas de Kiev para ocupar el mayor espacio posible en la región rusa de Kursk confirmó ayer que llegó a un punto en el que no puede avanzar más que uno o dos kilómetros por día, mientras Rusia desde hace meses continúa su propia ofensiva del otro lado de la frontera, de modo también lento pero sostenido, en las regiones ucranias de Donietsk y Lugansk.
A modo de apretada síntesis, este es el panorama que emerge tras 12 días de combates en Kursk y, a partir del momento en que no haya más avance ucranio en territorio ruso, es prácticamente imposible predecir qué va a suceder, más bien cuál de los escenarios posibles van a elegir Moscú y Kiev.
Con base en la información y los análisis que proporcionan expertos de ambos bandos, lo primero que salta a la vista es que rusos y ucranios –aunque los primeros están cortando las carreteras y caminos para evitar los avances ucranios y éstos intentan atacar desde los flancos– se están preparando para fortificar sus posiciones, en espera del siguiente paso que dé su enemigo.
En ese sentido, los rusos cavan trincheras a 45 kilómetros de la frontera y los ucranios procuran desbaratar la logística del Kremlin, volando, como hicieron el viernes, un puente en el río Seima y bombardeando otros en los ríos Volfa y Vedma, informó el canal Rybar, cercano a la inteligencia militar rusa.
No está claro si el Kremlin va a aceptar que tropas extranjeras ocupen parte de su territorio durante un tiempo –para los comentaristas más pesimistas en Moscú, como Oleg Tsariov (ex diputado pro ruso del Parlamento ucranio) hasta el invierno próximo, y para los más optimistas en Kiev, como Mikhailo Podolyak, asesor de la presidencia) hasta que algún día se celebren negociaciones y sirva como moneda de cambio– o va a intentar expulsarlos a toda costa.
El problema, desde el punto de vista del analista militar Konstantin Mashovets: Rusia trasladó como medida de urgencia desde los frentes de Donietsk, Járkov, Jersón y Zaporiyia (la línea del frente abarca mil 200 kilómetros) unos 10 batallones, lo que equivale a cerca de 5 mil efectivos, para frenar a Ucrania en Kursk, tomando en cuenta que Kiev utilizó sólo parte de las 14 brigadas que estaba preparando como reserva.
Kiev mantiene en la frontera el resto de las unidades que pueden entrar a Kursk, en caso de necesidad o esperar a que se concentren más tropas rusas ahí para golpear en otro lugar, como Briansk, Belgorod o Crimea por ejemplo.
Para poder expulsar a los ucranios de su territorio, Rusia necesita –en opinión de los expertos Yan Matveyev y Piotr Chernyk– un mínimo de 30 a 40 mil soldados, 10 por ciento de su contingente en Ucrania–. El Kremlin, consideran esos y otros analistas, no tiene reservas disponibles y tampoco quiere, por el rechazo en la sociedad enviar a combatir a los conscriptos o anunciar una movilización general, tratando de engrosar las filas de su ejército ofreciendo cada vez más dinero a quienes están dispuestos a firmar un contrato, pero los recursos no son inagotables. Si no mueve esos 30 o 40 mil soldados de Donietsk y Lugansk, donde se concentra el grueso de las tropas rusas en Ucrania, y se plantea expulsar de su territorio a cómo dé lugar a los ucranios, sólo lo queda –en opinión del analista militar Valeri Shiriayev– hacer lo mismo que hizo en Bakhmut o Avdiievka: bombardear sin cesar con aviación y artillería hasta convertir las localidades ocupadas en ruinas.
No obstante, hay dudas de que el Kremlin esté dispuesto a arrasar su propio territorio, estima Shiriayev.
Hasta el momento, el presidente Vladimir Putin –aunque puso al frente de la operación para rescatar Kursk a uno de los hombres de su máxima confianza, Aleksei Diumin, miembro de su actual entorno como asesor, que comenzó su carrera política como guardaespaldas del presidente y a quien a futuro se mencionó como posible sucesor– no autoriza al Estado Mayor a mandar desde Donietsk y Lugansk más efectivos a Kursk, confiando en que los éxitos en suelo ucranio pueden relegar a segundo plano los retrocesos en territorio ruso.
Desde la lógica del Kremlin, que insiste en transmitir a su auditorio interno que en Kursk se lleva a cabo una operación antiterrorista, la ofensiva ucrania en su territorio –de acuerdo con la mayoría de blogueros-Z, que apoyan la operación militar especial en Ucrania y critican a la cúpula militar–, es la mejor demostración de que Rusia iba a ser atacada por la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), tesis que repiten los comentaristas de la televisión pública rusa, pero omiten –en palabras de Andrei Kolesnikov, columnista de la edición digital The New Times, semanario que dejó de salir en papel en Moscú– decir qué sucedió en febrero de 2022 para que los ucranios decidieran invadir suelo ruso.
Aunque Washington y Bruselas niegan haber participado en la preparación del ataque ucranio en Kursk, tanto voceros oficiales de Moscú como analistas independientes coinciden en que, sin recibir imágenes de los satélites-espías de la alianza noratlántica, el mando militar de Ucrania no habría podido asestar el golpe que tomó por sorpresa a Rusia.
En ese sentido se pronunció el viernes Nikolai Patrushev, ex secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, en entrevista para el diario oficialista Izvestia, como antes lo hicieron –desde posiciones que nada tienen que ver con las autoridades– tanto el ya citado experto Valeri Shiriayev, como Ruslán Leviyev, copresidente del Conflict Intelligence Team, organización independiente rusa que se dedica a analizar las guerras a partir de todas las fuentes abiertas disponibles.