En el beisbol, el secreto de un pitcher está en ver al bateador como un enemigo mortal. Cada lanzamiento es una amenaza para infundir miedo sin pronunciar una sola palabra. Encandilado por el grito de las graderías en el LoanDepot Park, en Miami, el lanzador puertorriqueño Alexis Díaz intentó valerse de eso ante los cañones de Isaac Paredes y Luis Urías, ambos con sencillos productores de carreras, perdiendo el control de una séptima entrada que valió la victoria de México 5-4 en el Clásico Mundial de Beisbol, para disputar las primeras semifinales en su historia.
Como en este deporte ningún jugador renuncia cuando está perdiendo, Paredes y Urías prepararon sus mejores batazos para el final de la noche ante un lanzador que murmuraba maldiciones bajo el guante. La pelota viajó dos veces hacia las profundidades del parque y, aunque perdió altura antes de cruzar la frontera, igualó primero una distancia de dos carreras –con la entrada de Austin Barnes y Randy Arozarena– y luego puso adelante a la novena tricolor, gracias a la anotación de Alex Verdugo.
Díaz nunca dejó de mirar la pelota. Lo hizo mientras pasó por encima suyo y aterrizó en los jardines más lejanos del home. En la última serie de combates bateador-lanzador, México resopló cada ponche con sobrias actuaciones de Jake Sánchez y Giovanny Gallegos, encargados de cerrar el encuentro manteniendo la mente tranquila. La certeza de que el final estaba cerca se reflejaba en los rostros desencajados del mánager Benjamín Gil y el sinaloense Julio Urías, mascando semillas al mil por hora.
Urías, caballo de poder en este equipo, dejó el montículo después de cuatro entradas que se hicieron eternas. El flamante pelotero de los Dodgers permitió cuadrangulares de Javier Báez y Eddie Rosario, un pasaporte y cuatro sencillos, entre ellos el de Nelson Velázquez que valió una carrera, en una salida que provocó varios suspiros en el bullpen al notar inseguridad en sus primeros lanzamientos.
Con el jonrón de Isaac Paredes en el segundo rollo, Urías se rencontró con el grito del árbitro cantando sus últimos strikes para cederle la pelota a Javier Assad. Alrededor del diamante, una multitud de puertorriqueños convirtieron los asientos del estadio en pequeños trampolines, asediando la tranquilidad de los peloteros mexicanos.
Pero, como cada turno al bate abre posibilidades infinitas para los cañoneros, Alex Verdugo tomó un lanzamiento elevado y produjo con ello la carrera de Alek Thomas, quien había conectado un sencillo a la segunda base, para poner los cartones 4-2 en la quinta entrada. Con cuatro rollos más por delante, Paredes y Urías aguardaron su momento. Ninguno había podido defenderse con el madero, hasta que cruzaron el borde de la séptima.
Una vez ahí, el infielder de los Rays de Tampa Bay conectó una línea productora de dos carreras para el empate y, en su siguiente salida, el flamate bombardero de los Cerveceros de Milwaukee agregó la quinta para México con un batazo al jardín derecho, suficiente para que la novena tricolor, con una fenomenal atrapada de Arozarena incluida, celebrara su llegada a las semifinales del Clásico Mundial por primera vez en su historia.