Por Víctor Barrera
Para gobernar y administrar un país si se requiere de gran conocimiento y enorme honestidad, más allá de la retórica que solamente se convierte en palabras al viento o mentiras.
Este fue el error más grande que ha cometido el originario de Macuspana, Tabasco, quien pretendió utilizar la retórica como su herramienta más importante.
A menos de dos años de culminar su tiempo, que durante muchos años anhelo, el tabasqueño no logró consolidar su imagen como el transformador que pretendió ser y terminará como el autor del sexenio más oscuro en la época moderna del país.
La enorme obsesión por ocupar un lugar en la historia lo orilló a vender grandes soluciones para las problemáticas que tiene México y quedaron en simples “espejitos” que se rompen ante la realidad.
El inquilino de Palacio Nacional soñó en estar al lado de los verdaderos transformadores del país, pero le falto un plan, una estrategia con objetivos que lo llevaran a puerto seguro y no solo perderse en el mar de las malas decisiones que culminaran en desastre para la 4T y México.
Su imaginación de dejar un país con crecimientos económicos de 6 por ciento de manera anual fue superada por proyectos, que a toda costa quiere sacar adelante, que no han mostrado un beneficio inmediato para la población.
Tras cuatro años, López Obrador empieza a percibir que la realidad lo alcanza, que el tiempo que pensó largo se agota, que las grandes soluciones que tenía para el país, solo fueron frases e improvisación y ocurrencias para problemas complejos donde se hace necesario la participación de todos.
Tampoco logrará otorgar a la población el sistema de salud de excelencia, con medicinas, consultas y cirugías gratuitas, similar al que se tiene en Dinamarca, en cambio su legado será un sistema en ruinas con hospitales y clínicas carentes de lo más básico, medicamentos.
El sueño de hacer un país con la capacidad de producir su propia gasolina quedará a medias porque la refinería, Olmeca, de Dos Bocas Tabasco, no logrará entregar un solo litro de ella, en lo que resta del sexenio, pero si tendrá un costo mucho más alto para su construcción.
Las empresas productivas del estado, Pemex y CFE, seguirán siendo un enorme boquete en las finanzas públicas, porque aun cuando se les inyectó una enorme cantidad de recursos, para evitar que su administración siga arrojando números rojos, no se ha logrado el objetivo y la soberanía energética tendrá que esperar algunos años más.
De igual forma el Tren Maya, será un cúmulo de problemas en términos ambientales y de recursos ante la desviación de su trayecto original, para acelerar su terminación e inaugurar algo lo antes posible.
Algo parecido ocurrió con el “mejor aeropuerto de América Latina”, que casi nadie quiere utilizar y que se ha convertido en un centro de espectáculos para atraer visitantes, pero no empresas aéreas.
Lo que es seguro que AMLO si tendrá su lugar en la historia, el que se merece como el peor de los presidentes de México, que destruyo gran parte de lo construido por años, porque no entendió que los transformadores construyen no destruyen.