Sepa La Bola
Claudia Bolaños
En Michoacán, la sucesión de 2027 comenzó hace tiempo y, como suele ocurrir en la política mexicana, el primer golpe vino desde dentro. El gobernador morenista Alfredo Ramírez Bedolla ya movió sus piezas, y lo hizo en la dirección menos previsible: no hacia Raúl Morón, su compañero de partido y viejo aliado, sino hacia Alfonso Martínez Alcázar, el alcalde panista de Morelia.
El viraje no es casual ni caprichoso. Bedolla sabe que su principal problema no está en la oposición, sino en su propio partido. Desde hace meses, la relación con Morón se ha fracturado a la vista de todos: el gobernador lo desairó en su informe legislativo; su gabinete brilló por su ausencia, y cuando los reporteros preguntaron la razón, respondió con un “sin comentarios” que dijo más que cualquier declaración. En política, el silencio también comunica ruptura.
Morón creyó tener una resurrección cuando Fernández Noroña lo “destapó” públicamente para la gubernatura, colocándolo como la figura natural de Morena en el estado. Pero a las pocas horas, el gobernador le quitó la alfombra con una jugada más hábil: su propio destape, en el aniversario del periódico ABC de Uruapan. Un acto cuidadosamente calculado, donde la fotografía de la mesa decía más que su discurso.
A su derecha, sus leales del gabinete; a su izquierda, Alfonso Martínez, el alcalde panista y uno de los pocos con estructura territorial y popularidad real. Y la frase que detonó la lectura política de la noche: “De esta mesa saldrá quien tenga que sustituirme”. No mencionó a Morón. No lo necesitó.
Los números también explican el cálculo del gobernador. Las encuestas más recientes colocan a Raúl Morón al frente de las preferencias, pero sin un dominio absoluto. De acuerdo con FactoMétrica y Alius Polls, Morón ronda entre el 35 y el 38 % de respaldo ciudadano, mientras que Alfonso Martínez se mueve en un rango de 22 a 35 %. Son márgenes que muestran que el senador es competitivo, pero no invencible, y que el alcalde ha construido una base sólida que trasciende su identidad partidista.
En otras palabras, la ventaja de Morena como partido es clara en Michoacán, pero su cohesión interna no lo es. Bedolla, pragmático hasta el tuétano, prefiere controlar el escenario antes de que Morón crezca y el proyecto de gobierno que ha construido se le salga de las manos.
Detrás de esta estrategia no hay ideología, sino preservación. Bedolla no busca prolongar el morenismo; busca garantizar continuidad política bajo sus propios términos. Alfonso Martínez representa eso: un liderazgo municipal con popularidad, sin fracturas internas y con suficiente independencia para pactar sin someterse.
Por eso el gobernador lo sienta en su mesa y lo legitima en público. No se trata de un respaldo abierto, sino de una señal: una advertencia para los suyos y una invitación a los otros. La sucesión en Michoacán no se definirá por lealtades partidistas, sino por quién garantice estabilidad.
Y Sepa La Bola pero que “Los Chapos” y “Los Mayos” compartan espacio en el penal de Aguaruto es un reflejo claro de la falta de visión de las autoridades. Mantener a criminales rivales en la misma prisión, donde ya se han registrado dos balaceras, no solo es un riesgo evidente para la seguridad de internos y custodios, sino que convierte a la cárcel en un campo de batalla predecible, donde la violencia se repite una y otra vez. Los decomisos de armas y explosivos son apenas parches ante un problema estructural que se ignoró desde la planeación.
Más grave aún es que esta situación deja al descubierto la incapacidad del Estado para controlar a los cárteles incluso dentro de sus propias instalaciones. La política penitenciaria debería impedir enfrentamientos, separar a los grupos y garantizar orden; en cambio, los operativos son reactivos, improvisados y casi simbólicos, mientras que los cárteles siguen imponiendo, de facto, las reglas dentro de la prisión. La improvisación se paga con sangre, y Aguaruto es la prueba más reciente.
