Día de Visita
Por Claudia Bolaños
La liberación de Israel Vallarta, tras casi dos décadas sin sentencia, genera preguntas importantes, no sólo sobre la justicia, sino también sobre el papel que él podría asumir ahora, fuera de prisión.
Si me preguntan qué habría sido mejor, si mantenerlo encarcelado o liberarlo, mi respuesta en esta columna de temas penitenciarios y de justicia, es que estoy de acuerdo con su liberación, porque si en casi 20 años no pudieron demostrarle culpabilidad en un juzgado, ¿qué más se podía esperar en los años por venir?
Hay que recordar que el propio Gobierno Federal, desde la administración de Andrés Manuel López Obrador, buscó ayudarlo a obtener la libertad anticipada. Sin embargo, eso no fue posible porque no tenía una sentencia. Aun cuando se le ofreció la posibilidad de esperar la resolución para luego acceder a ese beneficio, él se negó. Dijo que quería demostrar su inocencia. Esa decisión también puede interpretarse como señal de que no cometió el delito, porque alguien culpable, en su situación, habría buscado salir de cualquier manera.
Tampoco se logró comprobar su responsabilidad en el otro caso que se le imputa. De hecho, existe un documental en el que se documentan múltiples irregularidades en su proceso.
Ahora que está libre, queda la pregunta: ¿cómo se va a usar su figura? ¿Se le verá como un luchador por los derechos humanos, como una víctima del sistema judicial mexicano? ¿O su imagen será aprovechada por Morena y más adelante lo veremos como candidato a algún cargo, como una diputación?
Sería importante que su voz no se use sólo con fines políticos. Israel Vallarta vivió de cerca las corrupciones del sistema de seguridad pública, procuración y administración de justicia. Sería valioso que las denunciara, que hablara de lo que vio; porque esas fallas no corresponden únicamente a los gobiernos que lo mantuvieron encarcelado, sino también al actual y a los que vengan. Todos sabemos cómo están las cárceles: llenas de corrupción, violencia y abandono.
Ojalá su experiencia sirva para visibilizar esas realidades y no se convierta sólo en un instrumento político más.
Es importante señalar que, dentro de la tragedia que vivió Israel Vallarta, hubo dos situaciones que le ayudaron a quedar en libertad y no pasar su vida tras las rejas: que fue arrestado junto con una ciudadana extranjera, Florence Cassez, cuyo caso atrajo la atención internacional. Su gobierno, la Iglesia católica en México y hasta el propio Vaticano intervinieron y presionaron hasta lograr su liberación.
Esa presión también benefició a Vallarta. El gobierno mexicano terminó por aceptar que no existían pruebas fehacientes para condenarla y, si no las había contra ella, por lógica tampoco existían en su contra. Esto fue uno de los elementos que la jueza consideró para otorgarle la libertad, más allá de cualquier lectura política sobre su resolución.
Además, está el caso del ampliamente denunciado montaje policial, televisado en su supuesta detención en vivo.
Una transmisión encabezada por Carlos Loret de Mola, donde se vio a Vallarta siendo maltratado ante las cámaras. Años después se supo que no fue una detención en tiempo real, sino una recreación. El hecho de que una televisora se haya prestado a ese engaño, y que haya quedado grabado cómo se violaban sus derechos, también jugó un papel clave en lo que hoy es su libertad.
Paradójicamente, dos hechos que marcaron su desgracia —la detención junto a Cassez y la transmisión televisiva— son los que hoy lo salvaron; porque hay muchas otras personas en México, también acusadas sin pruebas, a las que no las acompaña ninguna figura pública ni hay video alguno de su maltrato. Sólo cuentan con su palabra, y esa no basta.
Yo cubrí el caso de una mujer detenida por un supuesto secuestro, también fabricado por el grupo de Genaro García Luna. Pasó 20 años presa en el penal de Santiaguito. A pesar de no tener sentencia, fue liberada de forma anticipada, pero debe seguir firmando como si hubiese purgado una condena. Fue arrestada cuando dejaba a su hijo en el kínder. Se le inculpó del secuestro de su jefe, ocurrido semanas antes, para que él pudiera cobrar un seguro, según ella afirma. Incluso se permitió que ese empresario participara en su interrogatorio.
En ambos casos —el de Israel Vallarta y el de esta mujer— hay graves irregularidades, pruebas débiles y un proceso sin sentencia.
Ambos enfrentaron acusaciones graves, similares. Pero sólo uno ha culminado su proceso y ha sido liberado con apoyo del Gobierno Federal.
La pregunta que queda es si a Vallarta ahora le van a cobrar ese favor.