La Máquina cayó 3-1 con el Querétaro tras una voltereta demoledora que lo dejó más lejos de la zona de liguilla.
Hace al menos cinco o seis jornadas que La Máquina se entrega a la luz de una jugada salvadora. La diferencia esta vez es que no la encontró, ni siquiera con la ventaja en el marcador.
Atrapado en un oscuro agujero, el equipo celeste enfrentó el desafió de ganar en el estadio Azteca con un plantel que sigue jugando cada partido como un reloj de péndulo, yendo de la euforia al terror y del ‘tiremos todos para el mismo lado’ a la cacería de brujas. Sus seguidores asumen la obligación de ser optimistas, pero entienden que este contexto sólo les entrega señales sísmicas.
Lo que existe ahora en el Azteca es un ruego culposo, una especie de grito de auxilio ante la falta de un futbol que genere alegrías: “entremos al repechaje y después vemos cómo seguimos”, coinciden en las gradas.
De su último campeonato en 2021 hasta hoy, lo único que queda son las postales de una final cada vez más lejana en los recuerdos, además de un grito de protesta que se extiende por los pasillos de su templo: “¡Jugadores, ya pártanse la madre, a ver si ponen huevos, que Cruz Azul es grande!”.
Resignados a vivir el presente, los celestes creyeron por un momento que con el gol de Rodolfo Rotondi (45+5), luego de una gran jugada individual por Moisés Vieira, era suficiente para recuperar algo de oxígeno. Nada más lejos de la realidad.
Porque el Querétaro, con su aguerrida forma de competir, encontró en la subestimación de su rival la fuerza que necesitaba. Muy pronto en el complemento Raúl Sandoval, punteando la pelota a la salida del portero Andrés Gudiño, empató el marcador y levantó la moral de los Gallos (51). Pero para ganar, según los gestos del técnico Mauro Gerk, hacían falta más merecimientos.
Por eso José Raúl Zúñiga (77) y Nicolás Cordero (87), con el segundo y tercer golpe de nocaut, se encargaron de que Cruz Azul se quedara esperando el milagro.