Por Víctor Barrera
La carrera abierta para la presidencia que ha empezado Andrés Manuel López Obrador, para que sus “corcholatas” se posicionen en el ánimo de los ciudadanos no da fruto y por ello el temor de no poder dejar a su sucesor se hace más presente.
El tabasqueño ha sacado a la luz también el ser autoritario que simplemente es, porque él nunca pierde, nunca se equivoca y quien no siga su ideología es malo, traidor a la patria, conservador o fifí.
Las estrategias implementadas a lo largo de sus cuatro años como gobierno, nos dan cuenta que no tiene una idea exacta de que es ser estadista, un presidente, un administrador de un país, porque piensa que México es su propiedad y los recursos públicos los puede ocupar y destinar como él quiera, sin rendir cuentas a quienes lo llevaron a ese puesto público.
No se ha dado cuenta que hasta el momento su trabajo tiene más negativos que positivos y que dejará un país con un nivel deuda mayor al que recibió en el 2018.
López Obrador gano la presidencia prometiendo las soluciones a los problemas que mantiene el país, pero estos aún no han sido resueltos, sino al contrario, algunos de esos problemas se han profundizado.
Las mega obras que inicio no podrán concluirse en los dos años que restan a su administración y esto deja de entrada un enorme boquete financiero para la próxima administración federal, que tendrá que decidir concluirlas las obras con mayor costo económico y social o dejarlas así.
La inseguridad y la ocupación de cerca de la mitad del territorio nacional en manos del crimen organizado, será otro pendiente.
Esto mantendrá a la economía mexicana frágil, porque una decisión equivocada podría desatar una crisis social más profunda a la que actualmente vivimos.
Y esto empieza a provocar las preguntas de la ciudadanía sobre el cambio prometido, donde la corrupción seria erradicada y México tendría crecimientos de 6 por ciento, el sistema de salud sería similar al de Dinamarca y el crecimiento de México se mediría por la felicidad de la gente.
Pero esto último está muy lejos de aparecer en las familias mexicanas, ya que muchas de ellas pasaron de tener cierta confortabilidad económica a una economía raquítica, a pesar de que se manifieste que en México se han creado un millón de empleos, pero estos han sido insuficientes para absorber a los millones de mexicanos que cada año están en edad de incorporarse al sector laboral.
Las cifras no mienten y a pesar de que en las arcas de hacienda se incrementó el nivel de impuestos obtenidos por el ISR, que es el que pagan las empresas y la gente que está en el padrón de contribuyentes, el ingreso por el IVA se redujo, lo que muestra que la gente no gasta más allá de lo necesario, algo que muestra que el mercado interno esta debilitado, y este no puede ser el motor del dinamismo económico del país.
Faltan dos años para que la ciudadanía elija a quien sustituirá en su puesto a López Obrador, por ello el nerviosismo del tabasqueño que siente que la gente, el “pueblo sabio”, empieza a abrir los ojos y se ha dado cuenta del error cometido en 2018, y posiblemente su voto no será para una “corcholata”, sino posiblemente para la oposición y con ello se destruirá el sueño de permanencia de un proyecto que finco su crecimiento en promesas y no se pudieron cumplir.